Antonio Gross Muñoz
Master en Paisajismo, Jardinería y Espacio Público 2011-2012
Me paro delante de la cantera y la sensación es sobrecogedora. Hace
un momento, cuando dejamos el coche, sólo veíamos el pico del volcán.
Un paisaje verde, donde los campos de pasto y cultivo dan paso a laderas
muy frondosas. Un relieve bastante acusado que, sin embargo, se tapiza y
moldea suavemente.
Hemos
llegado al final del atajo y la imagen ahora es muy distinta. Podemos
observar las tripas del monte, como si estuviésemos ante un ejercicio de
disección descomunal. Es lo que aquí llaman gredera, una cantera para la extracción de greda (lapilli), que se traduce en un profundo tajo anaranjado de más de 100 metros de altura y 500 de longitud.
El
contraste es brutal pero muy bello. Las aristas de las terrazas ordenan
y cuantifican lo que parecía no tener medida, y los derramamientos de
grava volcánica ponen de manifiesto la grandiosidad de la herida.
La
situación en la que me encuentro como observador es un tanto confusa.
Cuando me detengo delante de una de estas grandes huellas que el hombre
ha dejado sobre el paisaje no sé muy bien qué pensar. Podría construir
argumentos a favor del medio natural, en contra de cómo somos capaces de
destruir lo que ha tardado miles de años en formarse (cuando no son
millones), de cómo el hombre impone su escala temporal y condicionantes
socio-económicos provocando alteraciones irreversibles…
Pero
en el fondo no es eso lo que me inquieta. El paisaje tiene un carácter
sublime, imponente, rico en contrastes y líneas de tensión, que lo
fortalecen. Y pienso que ha sido la labor del hombre quien le confiere
este valor añadido.
Considero que no hay demasiada distancia entre estas canteras y algunas obras del Land Art a
gran escala que proponían los artistas americanos de los 70 como
Michael Heizer y Robert Smithson. Eduardo Chillida buscó durante años el
emplazamiento perfecto para la escultura que resumiría toda su obra y
lo encontró dentro de la montaña de Tindaya. Una obra que tendría que
ejecutarse como si de una explotación minera se tratase. El hombre a
veces necesita expresar de manera contundente su relación con la
naturaleza, en lugares libres de su propia intervención, donde la
visibilidad del nuevo orden propuesto sea mayor.
Mientras tanto yo me pregunto si acaso las canteras no son fruto de nuestra relación con el medio y si no suelen estar ubicadas en
parajes excepcionales y relativamente aislados la mayoría de las veces.
Es por eso por lo que os propondría las siguientes preguntas:
¿Es necesario gastar más recursos en camuflar con tímidas plantaciones aquello que tanto nos impresiona?
¿Podemos reducir al mínimo la distancia existente entre una cantera y una obra de Land Art sin que esto suponga costes adicionales?
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