20 de marzo de 2013

COMPLEJOS FABRILES EN PLENO CENTRO

polarización de los intereses entre la ciudadanía y sus representantes

Oscar Arroyo Vega

Master en paisajismo, jardinería y espacio público 2011-2012

El 20 de noviembre de 2011, autoridades políticas catalanas inauguran orgullosas la nueva Casa de les Llengües en el antiguo complejo fabril de Can Ricard, en Poblenou. El proyecto es respetuoso con la arquitectura original, presume de proyección internacional y  gran parte de su superficie tiene una vocación social, un tanto que se apuntan los gestores como propio tras haber situado antes a las fuerzas de seguridad frente la asociación de vecinos y vecinas del Poblenou que rechazaba el primer proyecto recogido dentro del plan 22@.


“Había viajado a España con el proyecto de escribir artículos periodísticos, pero ingresé en la milicia casi de inmediato, porque en esa época y en esa atmósfera parecía ser la única actitud concebible. Los anarquistas seguían manteniendo el control virtual de Cataluña, y la revolución estaba aún en pleno apogeo. A quien se encontrara allí desde el comienzo probablemente le parecería, incluso en diciembre o en enero, que el período revolucionario estaba tocando a su fin; pero viniendo directamente de Inglaterra, el aspecto de Barcelona resultaba sorprendente e irresistible. Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas; las paredes ostentaban la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios; casi todos los templos habían sido destruidos y sus imágenes, quemadas. Por todas partes, cuadrillas de obreros se dedicaban sistemáticamente a demoler iglesias. En toda tienda y en todo café se veían letreros que proclamaban su nueva condición de servicios socializados; hasta los limpiabotas habían sido colectivizados y sus cajas estaban pintadas de rojo y negro. Camareros y dependientes miraban al cliente cara a cara y lo trataban como a un igual. Las formas serviles e incluso ceremoniosas del lenguaje habían desaparecido. Nadie decía señor, o don y tampoco usted; todos se trataban de «camarada» y «tú», y decían ¡salud! en lugar de buenos días.”[1]


En los proyectos urbanísticos de los piases democráticos la participación ciudadana es una componente esencial del proceso, En España, una componente legislada, como merece un estado de derecho.

En casos como el anterior la soberbia de las instituciones, la falta de flexibilidad y el choque de sus decisiones con las necesidades reales de los habitantes (por no nombrar motivos más oscuros) logra que la participación en lugar de desarrollarse como un intercambio de pareceres entre los responsables de la planificación y los afectados, se convierta  una batalla campal entre los vecinos y vecinas del barrio y los agentes policiales.
Las reclamaciones de las asociaciones de vecinos del caso anterior: “que no se privatice un suelo público, que no se derrumbe un edificio parte del patrimonio industrial de la ciudad y sobretodo que no se destruya un símbolo de identidad de un barrio obrero histórico, su barrio.”
La evolución demográfica en las ciudades españolas durante el siglo XX y los primeros años del siglo XXI ha llevado a estas a engullir los complejos industriales perimetrales de principios de siglo y finales del siglo pasado, algunos de los cuales todavía están en pie a medio camino entre la especulación y la conservación. Enclavadas ahora en barrios céntricos y con superficies de hasta 12ha (Matadero de Madrid) son un caramelo para los gestores públicos, pues suelen ser fábricas privadas sobre suelo público o híbridos de propiedad todavía más extraños y confundibles.

Asociaciones de vecinos, colectivos sociales y otro tipo de asociaciones, en algunos casos, denuncian la situación, reclaman la protección de ese patrimonio así como el uso social del propio espacio, poniendo en jaque a las instituciones.
En ocasiones, éstas optan por ceder el espacio o parte de este a las entidades que aprovechan éste hasta el momento de manera ilegal (Tabacalera - Madrid, Bloc11 de Can Batlló - Barcelona), otras veces las mantienen en desuso y en proceso de degradación o en una situación de uso ilegal (Fábrica de sombreros Fernández Roche - Sevilla). En el mejor de los casos, los propios gestores se adelantan a la acción ciudadana y rehabilitan el espacio de manera ejemplar (Matadero - Madrid, La Fàbrica - Celrà).


La distancia entre posturas de las asociaciones de pie de calle y las instituciones es en muchas ocasiones abismal. La escala a la que se plantean cada uno de ellos las soluciones a los problemas sociales son diferentes, y la desconfianza mutua es inefable, llegándose a dudar (con motivos fundamentados por ambas partes) de que la voluntad de la asociación sea dotar al barrio de unos servicios sociales, o que la voluntad de las instituciones no sea representar las necesidades y deseos de los ciudadanos.

Esos problemas de comunicación, por falta de confianza o falta de flexibilidad a la hora de salvar la divergencia de objetivos, hace que parte del patrimonio industrial de nuestras ciudades siga degradándose y no goce de la protección necesaria, que colectivos sociales estén trabajando en lugares sin acondicionar de manera ilegal y finalmente que la sensación de la población sea la de tener un enfrentamiento entre ciudadanos y instituciones por el uso de dichos espacios, que en caso de resolverse de manera elegante (sin el uso de los cuerpos antidisturbios) suele dar unos resultados más que deseables, pues la voluntad de ofrecer un servicio por parte de los propios ciudadanos ya está de antemano.

Probablemente fue André Malraux parafraseando a José de Maistre quien sentenció que no es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen. Lamentablemente no todo es tan justo y en ocasiones el pueblo se encuentra con un político de carrera, aquellos que, según Woody Allen, hacen de cada solución un problema.




[1] ORWELL, G. (1938). Homage to Catalonia. I (4-5). London: Harvill Secker

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