polarización de los intereses entre la ciudadanía y sus representantes
Oscar Arroyo Vega
Master en paisajismo, jardinería y espacio público 2011-2012
El 20 de noviembre de 2011, autoridades políticas catalanas inauguran orgullosas la nueva Casa de les Llengües
en el antiguo complejo fabril de Can Ricard, en Poblenou. El proyecto
es respetuoso con la arquitectura original, presume de proyección
internacional y gran parte de su
superficie tiene una vocación social, un tanto que se apuntan los
gestores como propio tras haber situado antes a las fuerzas de seguridad
frente la asociación de vecinos y vecinas del Poblenou que rechazaba el
primer proyecto recogido dentro del plan 22@.
“Había
viajado a España con el proyecto de escribir artículos periodísticos,
pero ingresé en la milicia casi de inmediato, porque en esa época y en
esa atmósfera parecía ser la única actitud concebible. Los anarquistas
seguían manteniendo el control virtual de Cataluña, y la revolución
estaba aún en pleno apogeo. A quien se encontrara allí desde el comienzo
probablemente le parecería, incluso en diciembre o en enero, que el
período revolucionario estaba tocando a su fin; pero viniendo
directamente de Inglaterra, el aspecto de Barcelona resultaba
sorprendente e irresistible. Por primera vez en mi vida, me encontraba
en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos
los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los
trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y
negra de los anarquistas; las paredes ostentaban la hoz y el martillo y
las iniciales de los partidos revolucionarios; casi todos los templos
habían sido destruidos y sus imágenes, quemadas. Por todas partes,
cuadrillas de obreros se dedicaban sistemáticamente a demoler iglesias.
En toda tienda y en todo café se veían letreros que proclamaban su nueva
condición de servicios socializados; hasta los limpiabotas habían sido
colectivizados y sus cajas estaban pintadas de rojo y negro. Camareros y
dependientes miraban al cliente cara a cara y lo trataban como a un
igual. Las formas serviles e incluso ceremoniosas del lenguaje habían
desaparecido. Nadie decía señor, o don y tampoco usted; todos se
trataban de «camarada» y «tú», y decían ¡salud! en lugar de buenos
días.”[1]
En
los proyectos urbanísticos de los piases democráticos la participación
ciudadana es una componente esencial del proceso, En España, una
componente legislada, como merece un estado de derecho.
En
casos como el anterior la soberbia de las instituciones, la falta de
flexibilidad y el choque de sus decisiones con las necesidades reales de
los habitantes (por no nombrar motivos más oscuros) logra que la
participación en lugar de desarrollarse como un intercambio de pareceres
entre los responsables de la planificación y los afectados, se
convierta una batalla campal entre los vecinos y vecinas del barrio y los agentes policiales.
Las
reclamaciones de las asociaciones de vecinos del caso anterior: “que no
se privatice un suelo público, que no se derrumbe un edificio parte del
patrimonio industrial de la ciudad y sobretodo que no se destruya un
símbolo de identidad de un barrio obrero histórico, su barrio.”
La
evolución demográfica en las ciudades españolas durante el siglo XX y
los primeros años del siglo XXI ha llevado a estas a engullir los
complejos industriales perimetrales de principios de siglo y finales del
siglo pasado, algunos de los cuales todavía están en pie a medio camino
entre la especulación y la conservación. Enclavadas ahora en barrios
céntricos y con superficies de hasta 12ha (Matadero de Madrid) son un
caramelo para los gestores públicos, pues suelen ser fábricas privadas
sobre suelo público o híbridos de propiedad todavía más extraños y
confundibles.
Asociaciones
de vecinos, colectivos sociales y otro tipo de asociaciones, en algunos
casos, denuncian la situación, reclaman la protección de ese patrimonio
así como el uso social del propio espacio, poniendo en jaque a las
instituciones.
En
ocasiones, éstas optan por ceder el espacio o parte de este a las
entidades que aprovechan éste hasta el momento de manera ilegal
(Tabacalera - Madrid, Bloc11 de Can Batlló - Barcelona), otras veces las
mantienen en desuso y en proceso de degradación o en una situación de
uso ilegal (Fábrica de sombreros Fernández Roche - Sevilla). En el mejor
de los casos, los propios gestores se adelantan a la acción ciudadana y
rehabilitan el espacio de manera ejemplar (Matadero - Madrid, La
Fàbrica - Celrà).
La
distancia entre posturas de las asociaciones de pie de calle y las
instituciones es en muchas ocasiones abismal. La escala a la que se
plantean cada uno de ellos las soluciones a los problemas sociales son
diferentes, y la desconfianza mutua es inefable, llegándose a dudar (con
motivos fundamentados por ambas partes) de que la voluntad de la
asociación sea dotar al barrio de unos servicios sociales, o que la
voluntad de las instituciones no sea representar las necesidades y
deseos de los ciudadanos.
Esos
problemas de comunicación, por falta de confianza o falta de
flexibilidad a la hora de salvar la divergencia de objetivos, hace que
parte del patrimonio industrial de nuestras ciudades siga degradándose y
no goce de la protección necesaria, que colectivos sociales estén
trabajando en lugares sin acondicionar de manera ilegal y finalmente que
la sensación de la población sea la de tener un enfrentamiento entre
ciudadanos y instituciones por el uso de dichos espacios, que en caso de
resolverse de manera elegante (sin el uso de los cuerpos
antidisturbios) suele dar unos resultados más que deseables, pues la
voluntad de ofrecer un servicio por parte de los propios ciudadanos ya
está de antemano.
Probablemente fue André
Malraux parafraseando a José de Maistre quien sentenció que no es que
los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene
los gobernantes que se le parecen. Lamentablemente no todo es tan justo
y en ocasiones el pueblo se encuentra con un político de carrera,
aquellos que, según Woody Allen, hacen de cada solución un problema.
[1] ORWELL, G. (1938). Homage to Catalonia. I (4-5). London: Harvill Secker
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