Saúl Meral Bernal
Publicada en «El País», 18 de marzo de 2002
Hace tiempo que resido en Granada. Recuerdo con nostalgia mi primer encuentro con la Alhambra, un día de invierno, hará 25 años.
Era
de noche, noche de neblina y de repente entre la niebla percibí algo
que me estremecía, pareciendo contemplar un cuento de las mil y una
noches.
Nunca había visto nada tan hermoso, estaba delante de la mismísima Alhambra.
Al día siguiente volví al mismo lugar, al Paseo de los tristes, en esta ocasión, ya de día con un sol radiante, para poder verla en todo su esplendor.
Ese fue mi primer contacto con la Alhambra y cada vez que lo recuerdo se me pone el vello de punta.
Pero
esta bella imagen, que aun conservo en mi memoria nunca volverá a
repetirse, ¡que lástima!, pues aun siendo de noche, la Alhambra reluce
como el sol. No da lugar a descubrirla, ya que en la noche no es palacio
sino faro, que guía a los guiris
en su deambular por la ciudad. Y lo cierto es que me asusta este
esnobismo de iluminar todo lo que huele a antiguo, ya que podemos
convertir una ciudad viva en parque de atracciones.
Igual
ha pasado con los puentes del Darro. Antes se encontraban bien
integrados, era gratificante un paseo nocturno, escuchando el sonido del
agua. Un ambiente único donde todo era bello en su justa medida. Ahora
no, ahora nos indican que debemos ir mirando en nuestro deambular,
admirando lo genuinamente bello, por eso lo iluminamos, olvidándonos de
lo demás. Termino con lo que dicen algunos críticos: “Se esta haciendo
de este país el burdel de Europa” y estas son las nuevas luces de neón
de nuestras ciudades.
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